LA NIÑA DEL CABELLO RIZADO
En el patio de mi escuela había un flamboyán. En los recreos, una niña se sentaba a su sombra con un libro en las manos. Los pájaros fueron testigos de su historia y amorosamente la guardaron entre el follaje para que yo la contara.
Le puse por nombre “La niña del cabello rizado”.
En maternal yo era compañerito de María. Era aquel gordito que la perseguía para hundir sus manos en su melena.
Cada vez, María me miraba con ojitos asustados, y cuando se le arrugaba la frente, comenzaba a llorar.
La maestra venía de inmediato; me decía que no hiciera eso, que estaba mal tratar así a una compañerita, y que…
A pesar de que me hablaba como mi mamá cuando está enojada, yo no soltaba a María.
La escena era frecuente. Citaron a mis padres. Hubo recriminaciones y algún castigo.
Yo no podía creer que nadie se diera cuenta que para mí, hundir las manos en aquella melena rizada y exuberante, era tan irresistible como rayar las paredes con lápices de colores.
Hicimos juntos la escuela básica y el bachillerato.
En Básica me tocó defenderla cuando reclamaba a los varones el maltrato a un perrito callejero que dormía en la escuela. No me importaban las burlas, las risas ni las palabras groseras. Me ponía al lado de María con cara de “el que se mete con ella se mete conmigo”. Así, hasta que se cansaban y se iban. Así, de puños cerrados y amenazantes. Así, mientras María lloraba y sus lágrimas caían sobre sus zapatos marrones.
Yo quería golpear a mis compañeros; un golpe por cada lágrima.
A causa de su relación con los animales, en los recreos casi nadie jugaba con María “la rara”.
Ella se sentaba bajo el flamboyán del patio y leía y releía “El Principito”, sobre todo el capítulo donde aparece el zorro, personaje que le fascinaba.
En muchos de esos recreos yo fui su única compañía.
Me sentaba al lado de ella porque estaba enamorado de su cabellera ensortijada, de su voz suave, y del dulce brillo de sus grandes ojos negros.
Una mañana, señalando el cielo, María me hizo descubrir patos, conejos, osos, barcos y carruajes en las nubes.
El tiempo se detuvo. La escuela quedó en silencio, como suspendida en el tiempo, y lo único que existía para mí, lo único real eran el olor a manzanas de la cabellera de María, y su diminuta mano señalando el cielo.
En el liceo, a pesar de que no pocas compañeritas buscaban mi compañía, yo tenía ojos sólo para María. Me sentaba cerca y la miraba fijamente.
Fantaseaba con la idea de que un día, al hundir mis manos en su melena, saldríamos volando por encima de la escuela, y girando en círculos, ajenos a todos y a todo, en medio de las nubes juntaríamos nuestros labios sellando un amor para siempre.
Por eso en el liceo yo era “el loco por María”, y María era “la novia loca que habla con los animales”.
No hace falta decir que ninguno de los dos jamás pertenecimos al grupo de “los populares”.
Uno de los últimos días de clases, sentados en las escalinatas de la escuela, María me preguntó qué iba a estudiar.
Quise interpretar algún interés en que siguiéramos juntos, y con entusiasmo y mucha expectativa dije “arquitectura”. Me quedé con las ganas de escuchar un ¡fantástico: yo también!. Porque lacónicamente dijo “yo voy a estudiar cine en Caracas”.
“Parece que tomamos caminos diferentes” -dije encogiéndome de hombros, como dando a entender que me daba igual; pero mi voz quebrada me traicionó.
María se dio cuenta y me abrazó. Me demoré en sus brazos respirando el olor a manzanas de esa melena que ya no vería a diario.
En los años que siguieron nos veíamos en vacaciones. Yo hablaba de arquitectura, ella de películas. Podíamos estar horas conversando, y sin embargo, por más extraño que parezca, nunca tocamos temas personales como amores, conquistas, decepciones… Aún hoy no me explico cómo pudo ser posible.
Al término de las vacaciones nos dábamos cita en una placita cerca de su casa. Nos despedíamos con un abrazo lento y sentido, como el de la escalinata de la escuela.
Viéndola irse, hipnotizado por aquella melena suya, me preguntaba cuándo hablaría de amor con ella. Y siempre me decía lo mismo: “en las próximas vacaciones, quizás en la próxima...”
Al regresar a mi rutina, a mis estudios, no pensaba en María. Ella era como un sueño, una imagen que se corporizaba una o dos veces al año, en vacaciones...
Ella era largas charlas, una plaza, un abrazo y aroma de manzanas...
Al terminar mis estudios una beca me llevó a Inglaterra. Dejé de ver a María, pero no de soñar con ella.
Un diciembre regresé con la ilusión de verla.
La vi, pero a través de un documental que había sido su tesis; era sobre las corridas de toros. Las imágenes mostraban a un toro en toda su pureza, su fuerza e inocencia, siendo torturado hasta la muerte mientras, en las gradas, el público aplaudía
Regresé a Inglaterra. Me quedé a trabajar un par de años.
Con la llegada de Facebook, a la primera persona que trato de ubicar es a María; como la búsqueda fue infructuosa, pregunté por ella a los ex compañeros que sí estaban en Facebook.
-¿María Daniela, o la que era un poco rara?- pregunto Mario Peralta.
-La que era un poco rara, hermano. ¿Tienes contacto con ella, algún número de teléfono?
-No. Hace un tiempo quisimos ubicarla pero no dimos con ella.
-¿Qué pasó? ¿se casó, se fue del país, se esfumó? -dije bromeando.
-No, en realidad, nadie sabe.
Entonces me contó que hacía un tiempo, el liceo, próximo a cumplir cien años, hizo un llamado por prensa para reunir a los egresados. Me contó que de los 31 estudiantes de nuestro salón, sólo faltaron el gordo Zuck (en España); yo, que estaba en Inglaterra; la flaca Ponti, fallecida a causa de un cáncer, y María.
Me comentó que llamaron a su casa; que sus padres dijeron que desde hacia un año la buscaban; que había desaparecido al poco tiempo del documental y del programa en la tele.
-¿El documental sobre las corridas de toros? –Pregunté.
-No, uno sobre delfines y aves en cautiverio; sobre caza y tráfico ilegal de especies silvestres. Eso fue polémico, hermano: armó mucho alboroto, tocó intereses y hubo gente que se puso muy furiosa.
-¿Fueron a la policía; hicieron la denuncia?
-Si, pero sin ningún resultado. Algunos dicen que sus padres saben algo pero que, por miedo, no quieren dar su paradero. Otro grupo, dentro del cual me incluyo, pensamos lo peor.
Como aquella vez cuando las nubes, de pronto todo se detuvo; todo fue quietud y silencio, y la mirada de María, y el olor a manzanas.
Desde Inglaterra seguí preguntando por ella.
A mi regreso visité la plaza y la escuela: el flamboyán seguía ahí. También me enteré que seguían la explotación animal y el tráfico de especies silvestres.
Aunque han pasado varios años, la sigo buscando en la escalinata de la escuela, en los perros callejeros, en la penumbra de los cines...
De tanto en vez subo su foto a internet con la esperanza de que ella, o alguien me responda.
A veces tengo la fantasía de que María atravesó algún umbral desconocido, y vive en un universo de arquitectura perfecta donde todo es vibración y calma.
Otras veces me gana la indignación y la impotencia.
Desde hace algunos años soy miembro de un grupo de activistas ambientales.
Como vivo cerca del mar, participo con frecuencia en limpieza de playas.
Al término de cada jornada disfruto de acostarme en la arena, dejarme ir, y descubrir patos y conejos, brujas y carruajes en las nubes que pasan.
Cuando mis hijos me acompañan, cerramos la tarde con helados y la lectura de El Principito.
A Isabel (la mayor) le dividirte mucho el Rey.
A Joaquín le llama la atención la caja.
A mí, el zorro.
Me da mucha tristeza la desaparición de María... sus incomprendidas inquietudes... y ese amor que nunca fue... por favor encuéntrala y declárale tu amor❤️
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