¿Cómo llegamos aquí?
Resulta ser que el amor, es decir, Dios, al que se le da muchos nombres, estaba sólo, solo y muy aburrido: no había nadie a quién abrazar, nadie a quien sonreír, nadie con quien jugar: ni gatos, ni perros, ni amigos, nada de nada.
Entonces Dios creó el universo y un montón de seres sonrientes, luminosos, a los que muchos llaman alma y otros, angelitos.
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Un día, como no había televisión, ni computadoras, ni nada de eso, se le ocurrió inventar un planeta, “la tierra” para que los seres luminosos, las almas, los angelitos se divirtieran mirándola. Cuando vieron los ríos, los pájaros, los árboles, el mar, dijeron: “¡es hermoso, es muy hermoso!”, y le pidieron al amor, es decir, a Dios, al que se le da muchos nombres, que les dejara ir a verla de cerca y pasar un tiempo por allá.
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-Y yo me quedo solo y aburrido? -dijo el amor.
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-No –dijeron las almas, los angelitos- porque iremos unos primero, otros después, y así siempre habrá alguien contigo.
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Y fue así como el amor tomó a los angelitos, a las lucecitas en sus manos, y las puso a cada una dentro de un cuerpecito para enviarlas a la tierra. Antes les dijo que se tenían que preparar porque, por ejemplo, en la tierra había día, pero también había noche, y les tuvo que explicar qué es la noche, porque ellos no la conocían. Les costó un poco entenderlo, como también les costó entender qué es dormir, porque ellos nunca duermen.
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-Cómo hacemos para verte, -preguntaron ya dentro de los cuerpecitos- Fácil, -dijo el amor- recuerden que yo he creado todo lo que hay en la tierra, así que, en cada cosa que vean, me verán a mí.
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-¡Está bien, -dijeron varios- y para hablar contigo, ¿cómo hacemos?
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-Una manera es “hacer silencio”; otra “no buscar fuera sino dentro de los cuerpecitos”.
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¿Cuánto tiempo estaremos por allá? –preguntaron los más preguntones.
El amor pensó, pensó y pensó, y dijo:
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-Eso no se los voy a decir, para que siempre estén preparados para regresar. Y como algunos no entendieron, agregó: “estar preparados es disfrutar cada día como si fuera el último”.
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Otra cosa que hizo el amor fue, cuando esos cuerpecitos crecieron, ponerles a unos el nombre de “papá”, y a otros, el nombre de “mamá”, para que crearan otros cuerpecitos mientras él se quedaba con la tarea de ponerle un angelito dentro, es decir, una lucecita brillante.
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Y después no dijo más nada, porque a veces, él también quiere estar en silencio.
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